La Ciudad Autónoma de Buenos Aires se presenta como un escenario donde la arquitectura y la vegetación se entrelazan, dando lugar a postales que se renuevan con cada estación. Este es el eje de “Buenos Aires en flor”, el libro de la licenciada en artes y fotógrafa Karina Azaretzky y el arquitecto y paisajista Jorge Bayá Casal, publicado en 2024 por India Ediciones. La obra, que combina fotografía y relato, captura la diversidad y el encanto del paisaje porteño a través de su flora, invitando a reflexionar sobre el papel del arbolado en la identidad de la Ciudad.
El registro fotográfico, que nació como un ejercicio personal durante la pandemia, evolucionó hasta convertirse en un testimonio impreso de la riqueza natural de la Ciudad. En este sentido, el libro invita a redescubrir los espacios urbanos desde una perspectiva botánica, resaltando la importancia del arbolado público y su influencia en la vida cotidiana. Las imágenes y relatos que componen la obra ofrecen una mirada renovada sobre un entorno que muchas veces pasa desapercibido, pero que define en gran medida la atmósfera porteña.
A lo largo de sus páginas, se destacan especies emblemáticas como el jacarandá, que en noviembre tiñe de violeta plazas y avenidas, o el ceibo, cuya floración roja en octubre se convierte en un símbolo patrio. Además, se pone en relieve la estacionalidad de los colores, desde el blanco y rosa de los prunus en invierno hasta el amarillo oro de los ibirá pitás en verano. Cada una de estas especies, además de su belleza visual, desempeña un papel clave en la biodiversidad urbana, albergando aves e insectos y contribuyendo a la regulación térmica de la Ciudad.
En el prólogo del libro, la historiadora Sonia Berjman plantea: “¿Y si combinamos nuestra mirada hacia la arquitectura y hacia la naturaleza a la vez?”. Este interrogante es el punto de partida de una exploración que evidencia cómo el diseño urbano y la vegetación conforman un paisaje en constante transformación. En este sentido, la obra destaca cómo los tilos, las tipas y los palos borrachos no solo embellecen la Ciudad, sino que también generan un impacto en el imaginario colectivo. Estas especies han acompañado el crecimiento de Buenos Aires, marcando la fisonomía de sus calles y plazas a lo largo de los años.
Asimismo, el libro recorre distintos espacios icónicos como el Jardín Japonés, donde los sakuras florecen en primavera, o la Plaza Lavalle, enmarcada por ceibos y jacarandás. También se detiene en rincones menos conocidos, como los jardines verticales que han comenzado a proliferar en fachadas de edificios y los espacios verdes de antiguas casonas que aún se preservan en barrios como San Telmo o Barracas. De tal modo, “Buenos Aires en flor” funciona como una bitácora visual que documenta cómo la vegetación da forma a la Ciudad, integrándose con su arquitectura y acompañando el ritmo de sus estaciones.
Además de su valor estético y simbólico, la flora urbana cumple una función ambiental fundamental. La presencia de árboles en la Ciudad contribuye a mejorar la calidad del aire, reducir la contaminación sonora y mitigar el efecto de isla de calor, un fenómeno que hace que las temperaturas en los entornos urbanos sean más elevadas que en las zonas periféricas. En este contexto, el libro de Azaretzky y Bayá Casal cobra un significado especial, al destacar la necesidad de preservar y expandir los espacios verdes porteños.